Las primeras uvas silvestres consumidas en la región mediterránea (Vitis sylvestris) crecieron de forma espontánea. Al analizar los restos de carbón vegetal carbonizado y pepitas de uva, los arqueólogos concluyeron que su presencia en el medio humano de esta región mediterránea data del periodo Paleolítico. Las numerosas semillas encontradas en los yacimientos arqueológicos no dejan lugar a dudas: a nuestros antepasados neolíticos les gustaba consumir uvas. Y hay constancia de que la madera procedente de estas viñas se recolectaba y se usaba como combustible doméstico, mientras que las bayas de las uvas silvestres eran consumidas como alimento.
Los cultivos de aquellas primeras vides se fueron extendiendo por todas las regiones, gracias a su gran adaptabilidad a todo tipo de terrenos, y a sus pocas necesidades de agua y minerales.
En cuanto a la viticultura y a la producción de vino, parece que se originó durante el Neolítico en la actual región del Cáucaso. Hasta el momento, los arqueólogos han hallado en Georgia, en la frontera geográfica entre Europa y Asia, las primeras evidencias de elaboración de esta bebida hace 8.000 años. No sabemos de qué modo empezarían a elaborarlo, si ocurrió de manera espontánea o controlada, pero lo que sí es cierto es que el resultado fue exitoso porque, con el paso del tiempo, se fue extendiendo por todo el mundo.
El vino en España
En nuestra península ibérica, hay constancia de que los fenicios –que conquistaron Cádiz hacia el año 1.000 a. de C.– empezaron a comerciar con el vino y establecieron las primeras plantaciones de vides, organizadas en parcelas, de las que se tiene noticia. En esta ciudad andaluza se encuentra uno de los lagares más antiguos que, según los historiadores, estuvo en funcionamiento hasta el siglo 8 a.C. No obstante, parece claro que ya existía el cultivo de vides anteriormente.
De hecho, en el yacimiento arqueológico de Dessobriga –entre las localidades de Melgar de Fernamental (Burgos) y Osorno (Palencia)– se han encontrado restos de vino en una ofrenda funeraria de los vacceos, un pueblo de origen céltico asentado en esta zona castellana hace 2.500 millones de años.
Con la llegada de los cartagineses se intensificaron los cultivos de la vid. Y con la civilización romana se expandió el comercio de vino de Hispania, llegando a abastecer a todos los territorios del Imperio Romano. Fueron ellos, además, quienes introdujeron la técnica del injerto y los que comenzaron a transportar el vino en barricas de madera.
Tras un periodo inestable, con el fin del Imperio Romano, fueron los visigodos quienes volvieron a reactivar el cultivo de las vides. Muchas de las tierras de cultivo quedaron en manos de la Iglesia, y fueron los monjes quienes las cultivaron y elaboraron el vino.
Con la llegada de los árabes a la península, y contrariamente a lo que pudiese parecer por la prohibición explícita del Corán al consumo de alcohol, los cultivos y la producción siguieron siendo habituales.
A partir del siglo XVI se desarrolló una más que importante industria vitivinícola en nuestro país, que se exportaba a otros territorios, como Inglaterra o las nuevas rutas comerciales surgidas tras el descubrimiento del continente americano.
Cabe destacar, especialmente, la importante producción que se vivió en el siglo XIX, ya que los viñedos españoles no se vieron afectados por la plaga de filoxera que arrasó con los viñedos franceses. Para cerrar este brevísimo recorrido por la historia del vino en España, cabe destacar que en el sigo XX empiezan a surgir las primeras Denominaciones de Origen.
En la actualidad, el sector vitivinícola es una parte muy importante, no solo de nuestra economía, sino también de nuestra sociedad y nuestra cultura. España cuenta con 949.565 hectáreas de viñedo (aproximadamente, el 13% del total mundial). Nuestra producción media anual de vino y mosto se sitúa entre 40 y 42 millones de hectólitros. Contamos con cerca de 4.300 bodegas, de las que más de 3.000 son exportadoras. Disponemos de cerca de 150 variedades autóctonas de uva plantadas y somos líderes en viñedo ecológico. Sin olvidar que tenemos 70 Denominaciones de Origen, 42 Indicaciones Geográficas Protegidas y 26 Vinos de Pago.
La industria vitivinícola es un motor de desarrollo en nuestro país y representa la tradición, pero también la innovación y el desarrollo. Y así seguirá siendo en el futuro.