El olivo es uno de los cultivos más antiguos y emblemáticos de la agricultura mediterránea. Su fruto, la aceituna, se utiliza para producir aceite de oliva, un alimento básico de la dieta mediterránea, reconocido por sus beneficios para la salud y la gastronomía. Sin embargo, el olivar se enfrenta a diversos retos que amenazan su viabilidad y sostenibilidad, como el cambio climático, las plagas y enfermedades, la competencia de otros países productores y la baja rentabilidad de los agricultores.
Ante este panorama, surge la pregunta: ¿necesitamos nuevas variedades de olivo? La respuesta no es sencilla, ya que existen más de 1.200 variedades de olivo en el mundo, con diferentes características agronómicas, organolépticas y adaptativas. Sin embargo, en España se cultivan principalmente cuatro variedades: Picual, Arbequina, Hojiblanca y Cornicabra, que representan el 95% de la superficie olivarera y el 97% de la producción de aceite.
¿Mayor diversificación varietal?
Estas variedades tienen ventajas e inconvenientes, y no todas responden igual a las condiciones ambientales y al manejo del cultivo. Por ejemplo, la Picual es la más extendida por su alta productividad, resistencia a la sequía y calidad del aceite, pero es susceptible a algunas enfermedades como la verticilosis y el repilo. Por su parte, la Arbequina es muy apreciada por su precocidad, rusticidad y adaptabilidad a distintos sistemas de cultivo, pero tiene una baja resistencia al frío y al envero.
La Hojiblanca es muy versátil y se usa tanto para aceite como para mesa, pero tiene una baja productividad y una alta alternancia. Y la Cornicabra es muy resistente a las heladas y a las enfermedades, pero tiene una maduración tardía y una baja calidad organoléptica.
Por ello, algunos expertos consideran que se necesita una mayor diversificación varietal del olivar, que permita aprovechar el potencial genético de otras variedades menos conocidas o de nuevas variedades obtenidas mediante programas de mejora genética. Estas nuevas variedades podrían ofrecer ventajas competitivas frente a las tradicionales, como una mayor adaptación al cambio climático, una mayor resistencia a las plagas y enfermedades, una mayor calidad y estabilidad del aceite, una mayor eficiencia en el uso del agua y los nutrientes, una mayor facilidad para la mecanización y la recolección, o una mayor diferenciación en el mercado.
Desarrollo de nuevas variedades
De hecho, ya existen algunas iniciativas que han desarrollado nuevas variedades de olivo con estas características. Por ejemplo, el Instituto de Investigación y Formación Agraria y Pesquera de Andalucía (IFAPA) ha presentado tres nuevas variedades obtenidas en un programa de mejora genética: FrxAr_5, FrxAr_6 y KorOp_48. Estas variedades son especialmente recomendables en áreas con alto riesgo de verticilosis, ya que presentan una mayor resistencia a esta enfermedad que afecta gravemente al olivar andaluz. Además, tienen una alta productividad y calidad del aceite, comparable a la de las variedades comerciales.
Otro ejemplo es el proyecto Olint de Agromillora, que ha introducido nuevas variedades de olivo adaptadas a los sistemas de cultivo superintensivos. Estas variedades son el resultado del cruce entre genotipos italianos y españoles con diferentes características agronómicas. Algunas de estas variedades son Sikitita (cruce entre Arbequina y Picual), Oliana (cruce entre Arbosana y Frantoio) o Koroneiki (variedad griega). Estas variedades se caracterizan por su elevada densidad de plantación (1200-2000 árboles/ha), su precoz entrada en producción (3er año), su alta productividad (8-10 t/ha) y su buena calidad del aceite.
Variedades adaptadas al cultivo en seto
Hablando de cultivos superintensivos, otra de las razones que llevan a la búsqueda de nuevas variedades es su adaptación al cultivo del olivar en seto, que consiste en plantar los olivos en filas paralelas, con una alta densidad de árboles por hectárea, y podarlos para formar una pared vegetal. Este sistema permite una mayor productividad, una mecanización total y, en ocasiones, una mejor calidad del aceite.
Hoy en día, este modo de cultivo del olivo apenas llega al 6%, debido a que requiere mayor inversión inicial, un riego adecuado y un manejo específico. Sin embargo, según los datos, ese pequeño porcentaje de cultivo se traduce en la producción de más del 30% del aceite de oliva virgen extra (AOVE) producido a nivel mundial, una cifra nada desdeñable y que podría continuar creciendo en el futuro.
Las variedades de olivo que se pueden utilizar para el cultivo en seto deben tener unas características agronómicas y organolépticas adecuadas, como un bajo vigor, una rápida entrada en producción, una buena adaptación al clima y al suelo, una alta resistencia a las plagas y enfermedades, y una buena calidad y estabilidad del aceite. Esto lleva a investigar nuevas variedades que cumplan con todos estos requisitos.
En la actualidad, la variedad Arbequina es la más extendida y conocida para este sistema. Tiene un bajo vigor, una precocidad, una rusticidad y una adaptabilidad a distintos sistemas de cultivo, produciendo un aceite de elevada calidad. Pero también se están utilizando nuevas variedades, como algunas de las mencionadas más arriba: la Sikitita; la Oliana; o la FrxAr_5.
Equilibrio entre innovación y conservación
En conclusión, podemos afirmar que sí necesitamos nuevas variedades de olivo, siempre que éstas supongan una mejora respecto a las existentes y se adapten a las demandas del mercado y a las necesidades de los agricultores. Sin embargo, también debemos valorar el patrimonio genético y cultural que representan las variedades tradicionales, que forman parte de nuestra historia y de nuestra identidad. Por tanto, se trata de encontrar un equilibrio entre la innovación y la conservación, que garantice la viabilidad y la sostenibilidad del olivar español.